ART & MUSIC

El performance y los límites de la crueldad.

Por. Nicolás O. García

Ya han pasado 45 años desde la performance que en 1974 puso a prueba los límites del sadismo del ser humano, y cómo en comunidad los límites son cada vez más extremos. Nos referimos a «Ritmo 0», la recordada obra de la madrina del arte de la performance, la serbia Marina Abramović, que hoy vamos a rememorar.

Marina tenía sólo 28 años cuando quiso culminar su serie de ritmos, otras obras donde ya se había puesto a prueba a sí misma y a su cuerpo, pero nada la preparó para enfrentar una actuación donde nada dependía de ella sino del público y de su interacción con el mismo. Ritmo 0 consistía básicamente en 72 objetos puestos sobre una mesa, pero Abramović sería el objeto principal, y el público podía usar los objetos de la mesa con ella de la forma en que deseara durante seis horas. Los objetos incluían una cámara Polaroid, algodón, flores, un lápiz labial, pintura, un peine, clavos, cadenas, bisturí, entre otros, hasta llegar a un revólver y una bala.

Se suponía que no tendría por qué haber sucedido nada tan terrible, en sus performances anteriores ya se había arriesgado bastante, se había realizado cortes profundos, quedado inconsciente, y reaccionado adversamente a distintos fármacos. Sin embargo en este acto sólo debía permanecer inmóvil y dejar que la gente hiciera su parte. Durante la primera mitad el público hizo cosas esperables, como acariciarla con una pluma o «regalarle» una rosa. No obstante, pasadas esas tres horas la gente comenzó a ponerse cada vez más agresiva, le arrancaron su ropa con ayuda de las tijeras, un hombre le realizó un corte en el cuello y le chupó la sangre, la pellizcaron, le escribieron todo tipo de cosas, le escupieron la cara, le clavaron un cuchillo en sus piernas casi rozando su vagina, y luego alguien cargó el arma y le apuntó directamente a la sien durante varios minutos. Afortunadamente un guardia de seguridad violó las normas de no intervención para salvar la vida de Abramović y lanzó el arma por la ventana.

La artista sangró y lloró en silencio todo lo que duró la tortura, y respecto a eso comentó: «Fue un poco de locos, me di cuenta de que el público podía matarme. Si les otorgas plena libertad, se pondrán lo suficientemente frenéticos como para matarte». Actualmente en museos como el Tate Modern o el MoMA, se exhibe una reproducción de la obra, con una reproducción de la mesa y sus 72 objetos acompañados de fotos y diapositivas de la presentación original, claro que los objetos peligrosos han sido desactivados o fijados en la mesa para no poner a nadie en riesgo. Un increíble experimento que nos hace dar cuenta de los niveles de daño que podemos ocasionar en comunidad sin importar quién se vea perjudicado.

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